- Espere, por favor...
Hace unas semanas escribíamos sobre la impresión que nos causó nuestra visita a Quito en compañía de mi hija. A menudo cuando transito por las ciudades del mundo, por sus calles ruidosas llenas de coches, cuando las percibo desconfiadas y enemigas de sus habitantes y sobre todo de los niños me acuerdo de Francesco Tonucci y de su libro La ciudad de los niños.
A Francesco Tonucci, pedagogo cuyo alter ego en el mundo del cómic és Frato lo conocí casi por casualidad un día leyendo la contra de La Vanguardia. Su poblada barba blanca le confiere un aspecto de anciano sabio amigo de los niños. Sus propuestas sobre la ciudad y los niños atraparon mi atención de padre y me parecen tan sencillas como rotundas: este hombre tiene más razón de un santo, me dije. Al cabo de unos meses me hice con un ejemplar de su libro “La ciudad de los niños” .
Tonucci nos hace notar como hasta hace no mucho teníamos miedo del bosque. El bosque era el espacio donde en la noche podías encontrar a supuestos lobos u ogros. Era el lugar donde podríamos perdernos. Cuando nuestros abuelos nos contaban cuentos el bosque y su oscuridad eran el lugar preferido para ocultar trampas, enemigos, angustias. ¿Quién no conoce el cuento de Caperucita roja y el Lobo?. Antes en cambio nos sentíamos seguros entre las casas, en la ciudad, entre los vecinos.
Todo ha cambiado en el transcurso de pocas décadas. Ha habido una trasformación rápida y total. Por una parte de la ciudad ha perdido sus características protectoras, se ha vuelto peligrosa y hostil. La ciudad nacida como punto de encuentro e intercambio ha descubierto el valor comercial del espacio y ha descuidado el bienestar y la convivencia para perseguir el beneficio económico como bien supremo. Los centros históricos se han convertido en oficinas, bancos, restaurantes de comida rápida para los turistas, sedes de grandes empresas. La ciudad ya no tiene habitantes, ya no tiene personas que viven sus calles como espacio vital propio. El centro de la ciudad es un lugar para trabajar, comprar, ir a la oficina, pero no para vivir. La periferia es el lugar donde no se vive, solo se duerme, el coche se ha convertido en el amo. La ciudad ha perdido su vida, se ha convertido en el bosque de nuestros sueños.
En su libro la ciudad de los niños Tonucci ejemplifica este proceso con el centro comercial. Antes comprar significaba hacer un recorrido, entrar en lugares diferentes, encontrarse con conocidos, como para poder retomar al día siguiente una confidencia. Sin embargo hoy lo más habitual para comprar es trasladarse en coche a grandes centros comerciales incluso de ciudades vecinas.
Es el fenómeno que se ha dado en llamar la ciudad difusa o urbanalización (Francesc Muñoz) y que describe el antropólogo Marc Augé en su libro “Los no lugares”.También a todo esto suele referirse el antropólogo y urbanista Manuel Delgado. El centro comercial que está surgiendo en los márgenes de la ciudad se propone como ciudad pequeña, autónoma y eficiente. Micro-ciudades sin coches, con calles y plazas recreadas, llenas de las mismas franquicias clónicas. Centros comerciales como complejos de ocio seguros para los niños para los que se crea a menudo espacios específicos para que los padres puedan comprar con más comodidad. Un bonito lugar para muchas familias donde citarse y pasar juntos la tarde del sábado. El deterioro hace inhabitable la ciudad y nos defendemos construyendo replicas artificiosas, lugares seguros y protegidos, donde pasar nuestro tiempo libre consumiendo.
Ante todo pues el camino de la defensa. La casa entendida como refugio seguro, en la calle la droga y la violencia. Se colocan puertas blindadas, se impide la entrada a extraños en la comunidad, se enseña al niño a temer al desconocido. En las calles hay cada vez más vigilantes privados, más cámaras, más detectores en los aeropuertos, más controles de acceso en bancos, centros comerciales y oficinas públicas.
Ante este malestar los servicios públicos se han vuelto el símbolo de la buena administración: “¿Estás obligado a vivir lejos del centro urbano, lejos de las oficinas, los centros culturales y el ocio?. No te preocupes, pongo a tu disposición medios de transporte cada vez más rápidos”. “¿No sabes qué hacer con tus hijos, no tienes tiempo de educarlos? No te preocupes, abriré guarderías y ludotecas.” “¿No sabes cómo atender a tus ancianos en tu pequeño apartamento? No te preocupes, te ofrezco centros y viajes para la tercera edad”
A los niños y a los ancianos no se les permite o se les hace difícil vivir con su propia familia, en su propia casa, en su ciudad, pero se les ofrece lo mejor que pueden asegurar la moderna psicología, pedagogía, pediatría, geriatría...mejor de lo que podría hacerlo la propia familia. Los parques son un interesante ejemplo de como los servicios son pensados por los adultos para los adultos y no para los niños. Suelen ser espacios nivelados y cercados con juguetes seriados y actividades repetitivas. Asimismo las guarderías y sus horarios ampliados donde niños con uno o dos años están expuestos a una socialización forzada, con una ratio de un educador/a para cada quince y donde a menudo no se respetan sus ritmos individuales. Al final, señala Tonucci, parece que lo único importante sea que el ciudadano que vota quede satisfecho para seguir gobernando cuatro años más.
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