- Espere, por favor...
Era un mes de enero en plena resaca post-navideña en Cataluña. Frío, humedad y oscuridad cada medio tarde especialmente allí entre las preciosas montañas salpicadas de volcanes en las que vivimos. Una día se me enciende la bombilla ¿Hija y si nos vamos a viajar a la India? Síiiiiii papá!
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Estudiando todas las opciones. ¿Por qué solo podemos hacer grandes viajes con niños en Julio o Agosto cuando todo es caro y está lleno? ¿Por qué la escuela debe ser un freno al aprendizaje que supone salir y viajar por el mundo al encuentro de otras culturas? ¿No resulta un contrasentido total más aún si cabe en pleno SXXI?
En ese momento mi hija de 9 años estaba estudiando primaria en la escuela pública rural. ¿Me entenderían? Les comenté mi idea al equipo docente y no pusieron absolutamente ningún inconveniente. El plan era que el peque de 5 años se quedará con su madre y mi hija y yo pudiéramos lanzarnos a una ruta por el Sur de la India que duró casi dos meses y que tuvo su prólogo con una escala inicial de tres días en Londres.
Este mano a mano viajero padre-hija ha sido una de las mejores experiencias de mi vida, bien puedo calificarlo de alucinante. Pocas maneras de estrechar autenticamente vínculos, y cultivar experiencias compartidas y tener la oportunidad de volver a ver el mundo con ojos de niños como hacer un viaje de bandera junto a tus hijos, en mi caso una ruta por el sur de la India con niños cuyos puntos puedes ver posicionados en el siguiente mapa.
Los que conocen mi afición por escampar la boira a la mínima no se escandalizaron demasiado pero mucha gente nos preguntaba si realmente lo habíamos pensado bien eso de viajar con niños por un país como la India. Y la verdad, puedo confirmar que en cuanto a higiene y regulación del tráfico no es precisamente Dinamarca, pero es que era eso lo que buscábamos!
Hay ya pocos rincones de la tierra que escapen al gran ojo de Google Maps. La globalización se ha extendido a la par que la 4G y wifi y pueden encontrarse alojamiento con un mínimo de comodidad en casi cualquier destino.
Si nos asesoramos sanitariamente antes, bebiendo agua confiable, siguiendo unas normas de higiene básicas, evitando entornos extremos como zonas insalubres o la estancia en la selva profunda, manteniendo a raya los mosquitos, contratando un buen seguro de viajes especial familias y usando el sentido común a la hora de comer, la India no tiene porqué suponer y, de hecho, no supuso, absolutamente ningún problema de salud o seguridad.
Pocos destinos con tantas resonancias místicas como la India el lugar del había escuchado taaaantas veces decir que cualquier viajero inquieto debe visitar alguna vez antes de morir. El origen milenario de sus textos sagrados vedas escritos en sánscrito se pierde en la antigüedad.
País de shadus, gurús y vacas sagradas. Sus cifras son tan mareantes como inabarcables. Más que un país es un subcontinente rodeado por el mar índico con una superficie total que hace la tercera parte de toda Europa donde conviven 1.350 millones de almas (el segundo más poblado del planeta) hablando 23 idiomas en 29 estados.
La India es la tierra de Brahma, Vishnu y Shiva, las tres principales divinidades entre el poblado altar del hinduismo considerado la religión más antigua de la humanidad. Este sistema de creencias hindú tradicionalmente tolerante e integrador es el mayoritario en un Estado que se define como laico conviviendo a la par con una amplia minoría musulmana y seguidamente cristiana además de algunas comunidades budistas y jainistas y la mayoría sijs original en el estado del Punjab.
Colonia británica hasta su independencia en 1947 La India lleva años de pleno boom de crecimiento desarrollista-económico siendo en la actualidad un actor imprescindible del capitalismo global con metrópolis industriales y tecnológicas de primer orden como Mumbai, Bangalore o Pune y megalópolis descomunales como Calcuta y Nueva Delhi coexistiendo a pocos kilómetros con extensas areas rurales que viven según una tradición secular.
Primera parada. Haciendo en Doha entramos a la India por Goa , que fuera colonia portuguesa y paraíso hippy setentero. Este estado indio es famoso en todo el país por sus playas tropicales, entre las más bellas de todo el la India (con permiso de Kerala)
Es además un destino más popular para los extranjeros (expats) especialmente entre octubre y marzo. ¿Un invierno en chanclas? ¿Por qué no!?
Llegando en un taxi destartalado, en pleno jet lag y entre brumas de madrugada nos esperaba Arambol, algo así como la penúltima reserva bohemia y alternativa de Goa cada vez más frecuentada por el turismo de sol y playa ruso y no pocos israelís.
Efectivamente, verdad verdadera! Las vacas que campan literalmente a su aire por las callejuelas o mientras tomas el sol en su animada playas donde abundan las vendedoras de bisutería y tatuadoras de henna. En el pueblo se encuentran decenas de cursos y centros de yoga, meditación, y sanaciones de todo tipo, comida india, nepalí y de medio mundo, avispados ricskhaws (tuk tuks) y autobuses destartalados, humo, polvo, colores y una sinfonía de claxons.
Un festival de scooters y la elegancia vintage de numerosas Royal Enfields conducidas por orgullosos hipsters y más claxons entre una abundante oferta vegetariana y samosas por doquier. Inminentes colisiones entre vehículos, personas y animales que milagrosamente en el último momento no se dan nunca debido al armonioso desorden que lo rige todo.
Mi hija y yo, ojipláticos! ante aquel ecosistema indo-playero de restaurantes y puestecitos de ropa y artesanías donde los vendedores aguardan a los incautos con poca práctica en el noble arte del regateo.
En Arambol habita una fauna de nómadas digitales, mochileros y expatriados con rastas, mujeres locales ataviadas elegantemente con preciosos sharis, turistas como hologramas en bañador que habrán desaparecido dos días más tarde y muchos indios venidos del norte a trabajar o hacer negocios.
De Arambol nos quedamos con su ambiente cosmopolita y desenfadado y sobre todo con el recuerdo a fuego de sus memorables puestas de sol, interminables sobre playas kilométricas carentes de bandera azul pero llenas de vida y una fina arena sobre la que correr y bañarse y donde a mi hija le encantaba hacer la rueda sin parar.
El olor de los inciensos y los perfumes más delicados alternado con el odor de la basura. La espiritualidad más elevada a poca distancia de la polución y el plástico.
El primer lugar en el que nunca mejor dicho aterrizas en la India lo vas a recordar siempre. Allí empezamos a descubrir sus ricos tandooris, dosas, curries, masalas y frutas tropicales y a embelesarnos con su collares y ofrendas de flores o sus refinadas joyas y esculturas. Y a contar rupias. Discount! Good price for you sir!.
Cómo segunda parada de nuestra etapa de Goa visitamos también el Sur de este estado, mucho más tranquilo y de dimensiones más humanas. En Palolem pudimos conocer a algunas de las numerosas familias con niños venidas de Europa que viven allí durante el invierno y mi hija jugar y hacer nuevas amistades. En el sur de Goa también se puede gozar por una de las playas más hermosas que estos ojos han contemplado: Agonda Beach, un paraíso para las almas sensibles y vacas surferas.
Tras un fugaz paso por Gokarna dejamos la costa y seguimos nuestra ruta hacia el interior y tras una noche tratando en mi caso en vano de dormir en la litera de un autocar que alguna vez tuvo suspensiones tras la cual amanecimos en el planeta Hampi.
Hampi una inmensa extensión salpicada de ruinas, el lugar donde Indiana Jones se sentiría en su salsa. Como de otro planeta, entre inmensas rocas como si fueran guijarros gigantes, los paisajes son de impresión y nos vimos inmersos en algo así como un decorado gigante de Star Wars con la diferencia de ser real y tu formar parte de la película.
En Hampi acertamos con una ruta guiada en bicicleta que ofrecía un historiador por las impresionantes ruinas Patrimonio de la Humanidad de la antigua que nos hablan del esplendoroso reino de Vijayanagar y de su dramática caída en 1.565 ante los sultanatos musulmanes.
Un elefante nos da la bienvenida al Virupaksha Temple de Hampi donde se da cita a diario una sorprendente y armoniosa mezcla de peregrinos y turistas. En este templo se llevan a cabo continuas ofrendas (pujas). Merece ser visitado y reverenciado pues sus milenarias piedras rezuman autenticidad e hinduismo por los cuatro costados y desde luego no puedes salir de allí sin tu merecido bindi, el punto rojo que a modo de tercer ojo define al los devotos hinduistas.
Mientras los monos hacen de las suyas por el templo o salen a liarla por los tejados de las viviendas y las manadas de bueyes pasean impasibles por doquier. Más allá en el río nos asalta otra escena sacada de alguna película, como si el tiempo se hubiera detenido hace 500 años, las mujeres lavando en el río Tungabhadra usando piedras esculpidas por una civilización perdida mientras los niños se bañan ajenos a las idas y venidas de los turistas.
Sin sombra de duda y a modo de conclusión: Hampi es un must see de la India que no decepciona.
Y desde Hampi a Anantapur. No hay viaje completo a la India sin subirse a un tren donde forma parte del ritual combinar un masala tea bien dulce con una samosa bien picante porque el hambre aprieta.
Como nos reímos contemplando el noble arte de saltarse las colas sin rubor, todo un deporte nacional. Y nosotros como una pareja viajera de dos alienígenas felices de estar moviéndonos por algún lugar indeterminado de la India entre familias y grupos de amigos o gente que va o viene de trabajar y que nos mira con curiosidad. Con una mezcla de inglés y gestos explicamos de donde venimos o donde vamos y ellos nos hablan de sus cosas y se sorprenden por el blanco color de mi niña y no entienden como podemos viajar sin la madre.
En Anantapur nos esparaba nuestra siguiente etapa: la sede de la Fundación Vicente Ferrer donde en virtud de un programa de puertas abiertas que llevan a cabo durante todo el año nos acogieron durante cuatro días para enseñarnos esa India que normalmente no está a la vista del turista.
Esta es una India menos amable que muestra la dureza de unas condiciones sociales de miseria para millones de personas en una tierra árida y llena de injusticia contra la mujer y donde la cultura de las castas sigue estando tan presente como es el estado de Andhra Pradesh.
Tras visitar la tumba de Vicente Ferrer venerado como un santo en el lugar fuimos a conocer su hospital, dedicado a maternidad y pediatría, donde también visitamos un grupo de niñas seropositivas de nacimiento. Fue super emocionante el momento en que mi hija se puso a jugar con algunas niñas. Entre otros proyectos de la fundación (mejor dicho, realidades) que conocimos un colegio dedicado a niños con necesidades especiales y otro que nos encantó de mujeres viudas que se ganaban la vida creando hermosas artesanías.
Entre visita y visita salimos a conocer solo una porción del gran caos de la ciudad de Anantapur donde mi hija se compra un precioso vestido tradicional de color naranja. En el comedor de la fundación charlas cómplices con otros viajeros por la India. Allí conocimos a algunos jóvenes mochileros que no dejaban de admirarse de la inusual pareja viajera padre-hija que formábamos.
Los extranjeros que trabajan para la Fundación Vicente Ferrer en la India (médicos, maestros, educadores, ingenieros) son voluntarios no remunerados.
Esta ONG huye del modelo asistencial o caritativo. Es digna de admiración y apoyo la labor de mejora y dignificación de las condiciones de vida entre miles de personas que está realizando desde hace 1969 en multitud de frentes y siempre desde la complicidad de las comunidades donde se trabaja Entre sus mejores y más conocidos proyectos está el apadrinamiento de estudios para miles de niños y niñas. Poder conocer personalmente a Anna Ferrer, la mujer de Vicente Ferrer, fué una de las mayores recompensas de todo el viaje.
Tras ocho horas dos autocares con trasbordo y paso por una ciudad de 12 millones de habitantes tan desbordante como Bangalore (llamada la Silicon Valley india) llegamos a nuestra siguiente etapa en el camino: Mysore (Mysuru oficialmente) en el estado de Karnataka.
Esta es una ciudad relativamente limpia y ordenada para el standard del país aunque tampoco sea precisamente la ciudad más child friendly que conozco. Como todas las ciudades de una mínimo tamaño Mysore está dominada por un incesante ruido y no poca polución en el aire fruto de la circulación.
Aparte de su famoso festival Dasara Mysore con la destacada presencia de los elefantes engalanados que tiene lugar cada año entre Septiembre y Octubre la mayor de sus atracciones turísticas es el Palacio de Maysore. Y para allá que nos fuimos.
Construido en 1914 por un arquitecto inglés que fusionó con éxito las formas de la arquitectura musulmana, el arte gótico y la tradición del Rajastán el Palacio de Mysore es una de las mayores joyas arquitectónicas del patrimonio indio. Fué concebido para impresionar e impresiona.
Visitar este enorme y bello edificio estupendamente bien conservado nos transportó a historia de la India clásica y colonial. Viendo la opulencia de todos los detalles, su hermosura y riqueza y el empleo de las maderas más preciosas o del marfil, tras la visita podemos confirmar que la que fué residencia de la dinastía de los Wodeyar que gobernó toda región desde aquí durante más de cinco siglos es uno de los mejores lugares para comprender lo que realmente significaba vivir como una familia de marajás.
Como curiosiad en el interior del palacio está estrictamente prohibido hacer fotos..algo de lo que no nos enteramos al principio razón por la cual como turistas felices que se enteran de los justo aquí nos tenéis en plan selfie.
Mysore, que formó parte de la ruta de las especies, es considerada como la capital cultural de Karnataka, detenta una prestigiosa universidad y es la cuna del Yoga ashtanga que muchos extranjeros vienen a practicar y aprender en algunos de sus centros. Además Mysore es uno de los mejores lugares de la India para comprar artesanías y eso se nota en sus comercios con la calidad y variedad de sus sedas que y con los inciensos, perfumes y esculturas derivadas de sándalo afamados en en todo el país.
A nosotros nos encantó pasear por su popular barrio musulmán y sobre todo por el céntrico Devajara Market, muy fotogénico, auténtico y sorprendentente poco turístico. Todo un festival para la vista y el olfato con sus puestecillos de frutas y verduras así como aceites, inciensos collares de flores y tintes naturales que se exiben con sus formas cónicas y multicolores.
Ah, y que no se me olvide. Ñam! En Mysore pudimos saborear en varios restaurantes locales los considerados como mejores dosas de toda la India, una deliciosa comida típica de Karnataka parecida a un crepe con la masa de arroz originalmente servido en una hoja de plátano y que se come acompañada de diferentes vegetales y curries. En Mysore también son famosos y muy poulares los dulces.
Para llegar desde Mysore a Fort Kochin (Cochin oficialmente) nuestro siguiente destino, teníamos por delante un trayecto de esos que curten a cualquier viajero: doce horas en un autocar nocturno en el que se podía dormir...sentado. Siempre recordaré como tras semejante paliza la cara de mi hija amaneció fresca y radiante y la mía como un poema.
Fort Kochin es la capital turística y cultural del estado de Kerala, otra de las joyas absolutas de la India, para muchos viajeros el más bonito de todo el sur. Allí nos alojamos en casas particulares algo muy común en este destino que permite acercarse más a la forma de vivir de muchos de los locales.
La historia de Fort Kochin tiene raíces profundas. Desde antes del SVIII hubo cristianos ortodoxos procedentes de las iglesia persa-sirios (cuyos descendientes siguen aquí!), una fuerte presencia judía e influencia tanto china como sobre todo musulmana encargada de comerciar la gran riqueza de sus especies hasta los puertos de la Península Arábica y desde allí hasta Europa.
Este era el principal puerto de salida de la ascestral y mítica ruta de las especies y sus codiciados tesoros como la pimienta, canela, cardamomo, el clavo, y la madera de cuya fuente soñaban apoderarse los avispados portugueses.
Desde este asentamiento de pescadores y comerciantes que ocupa una pequeña isla (unida al continente por dos puentes) se dominaba estrategicamente el centro de la Costa Malabar. No por casualidad aparecieron aquí los conquistadores portugueses una buena mañana allá por 1503 para dominarla militarmente y convertirla en la primera colonia europea en la India...y desde entonces no hemos parado de venir occidentales, últimamente por suerte solo armados con móviles y cámaras de fotos.
Tras ser colonia portuguesa, (Vasco de Gama murió y estuvo enterrado aquí) fue tomada por los holandeses, brevemente por los franceses y posteriormente por los británicos hasta 1947.
En la zona colonial de Fort Kochi algunos edificios derruidos y se alternan con los cada vez más edificios rehabiliados, preciosas casonas con encanto y de regusto colonial felizmente devueltas a la vida como hoteles o restaurantes. Además forman parte del legado arquitectónico colonial que merece la pena visitar iglesia católica de St. Francis y la suntuosa, catedral Santa Cruz , restos de un fuerte, el Duch Palace o el barrio judio de Mattancherry con sinagoga incluida, son algunas huellas todavía perduran y pueden ser admiradas y que le otorgan a esta ciudad un carácter único y especial.
Fort Kochin es hoy una ciudad cosmopolíta y pintoresca donde todas las casas tienen aspecto sólido donde las calles están bastante limpias y se puede pasear tranquilo por multitud de calles e incluso encontrar algún parque con módulos de juego donde es un regalo poder la tarde junto a tantas familias y niños indios compartiendo un pedacito de su vida cotidiana.
No dejéis de probar su deliciosa malabar cuisine, una mezcla de la tradición local basada en el ominipresente coco, el arroz y el pescado con influencias portuguesas. Fort Kochi es una ciudad con un toque cool y moderno donde pueden encontrarse librerías y café-galerías. Nosotros tuvimos la suerte de coincidir con el espléndido festival artístico Biennale y visitar algunas instalaciones de gran nivel. A destacar los preciosos murales y graffittis pintados que se encuentran en muchas de sus paredes...
De Fort Kochin también nos llevamos el recuerdo la intemporal escena de los niños uniformados regresando cada tarde del colegio mucho ellos en bicicleta o el mercadillo popular de cada tarde donde los pescadores venden el pescado fresco y se puede saboear un delicioso coco fresco o unos cacahuetes tostados. La mejor manera de acabar el día es hacerlo en las playas cercanas a las redes de pescaluego encarar la playa y contemplar unos inolvidables atardeceres anaranjados y de postal. Por eso se nos caía aún más el alma al suelo viendo la ingente cantidad de basura y plástico que se acumula en algunos puntos.
Otro de los must see de Fort Kochin que no os perdimos y os recomendamos totalmente es asistir a una representación del teatro sacro en el Kerala Kathakali Centre
Siendo Fort Kochin un centro neurálgico del estado de Kerala no qusimos perdernos la oportunidad de para recorrer sus célebres blackwaters o red canales en una excursión de un día paisaje sensorial por los paisajes de la Ruta de las Especias. También es una experiencia común entre los turistas pasar una noche a bordo de alguno de los houseboats que proliferan en los últimos años.
Nos costó abandonar Fort Kochi, se estaba taaaan a gustito! Finalmente pusimos rumbo para pasar tres intensos días en un lugar de Kerala absolutamente único el Amma Ashram, la sede de la gurú que todo el mundo quiere abrazar. ¿Te suena?
Amma (la madre) es considerada como una santona. Su imagen está omnipresente por doquier. A nivel terrenal es una benefactora social que desarrolla programas educativos y sanitarios o construyendo infrastucturas llegando allí donde no lo hace el estado indio.
El Amma Ashram es un gran complejo de edificios junto al mar con una capacidad de cuatro mil personas en cuyo centro se encuentra las instalaciones de este centro espiritual hinduista de pelegrinaje donde puede hacerse voluntariado (también las familias si se lo proponen) y se celebran talleres de yoga y meditación, ofrendas y cantos religiosos . También hay un prestigioso hospital de medicina ayurvédica.
Dentro del complejo no se pueden tomar fotos algo que por respeto no hicimos. Lo bueno fue que llegamos cuando la carismática y venerada Amma (la madre) estaba presente momento en el cual la energía del lugar se eleva a mil. Para nosotros fué increible presenciar sus conciertos de música sacra y el darshan, la ceremonia donde se dedica a abrazar a sus centenares de devotos uno a uno sin perder la sonrisa durante horas.
Podría pensarse que nos íbamos a sentir raros pero no fué así. El talante de este centro es abierto, a nadie le preguntan por sus creencias. Predomina un espíritu comunitario y un ambiente relajado y respetuoso y la comida es tan barata como deliciosa.
Además hay pelegrinos de toda clase no solo venidos venidos desde toda la India sino también los occidentales y entre ellos la extraña pareja viajera formada por un una niña de 9 años abriendo su mente junto a un padre feliz, muy feliz. Si lo deseas puedes ampliar más sobre el Amma Ashram en esta entrada.
Las playas de Verkala algo más al sur y las plantaciones de té de Munnar son dos de los puntos de Kerala a los que nos apetecía ir pero decidimos dejarlo para la siguiente porque nuestra última semana la reservamos para volver a Goa durmiendo en la litera, la primera vez paa mi hija, así que aventura asegurada!
Goa es un lugar que nos ha atrapado de tal manera que desde hace años. Huyendo del frío, como las golondrinas, la hemos convertido en nuestro retiro espiritual para un invierno...en chanclas!
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